Muy cerca del recordado campo de batalla en la ciudad de Rancagua, los cimientos de la población Ibieta se forman para albergar los sueños de familias suwerinas, sus calles de tierra y la vista despejada a las montañas nevadas, uno que otro aguilucho volando entre los árboles, acompañan el sonido humeante del largo tren del turno de noche, al pasar frente a la plaza, llena de niños y amantes juveniles, a la sombra de los árboles y a casas largas y angostas, de piezas deformadas y oscuras, de bulla ajena, poco patio y olores de chimeneas y campo, pero cerca de Escuelas, Iglesia y cultura, Población de una bolerita. Famoso y reconocido. De niño sufrido, lírico y con ganas de fama. 50 años más tarde, No más de 100 casas, todas sus calles de cemento y sus moradores ya avejentados hacen más tranquila la vida. Los domingos las visitas hacen amenas las tardes de brisa primaveral, los recuerdos comienzan a decirse y los nietos a mirar la vida comenzar y aprender de la sabiduría mayor, junto a ellos, dan bienvenida a los nuevos habitantes, son familias jóvenes de un solo hijo… sin lujos se acomodan y dan nueva luz a esas casas ya desgastadas por el tiempo, llegan al mundo nuevos niños que empiezan a correr por los pasillos, llegan nuevos amantes y dan sus primeros saltos al amor en la bancas de la plaza y el uso que le dieron los antiguos inquilinos a aquellas casas ya no queda mucho, quizás solo el olor a humedad que no se quita con nada, en definitiva, recordamos a los que vivieron y ya no están, a los que llegan a vivir y recordad a los antiguos habitantes de aquella Poblacion Ibieta de Rancagua.
Marco Briceño
Noviembre 2009
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