Tome el tren a las 8: 20 de la mañana, estaba recién saliendo el sol y una pequeña brisa corría por los pasillos de la estación, al partir los pasajeros llenaban todos los espacio del tren, era un viaje largo, al atardecer llegue a la ciudad capital de la undécima región, sabía que aun no había llegado así que tome mi bolso y fui en busca del bus que me llevaría a mi destino final, fue un viaje de cuatro horas por un camino de tierra, entre bosques, cerros y montañas, ya de anochecer llegue al pequeño pueblo, todas las casas eran pareadas de construcción al estilo colonial con sus calles de piedra y gente amable, el objetivo de mi viaje fue para visitar a mis abuelos que estaban enfermos y que por la edad no se podían mover de su querido pueblo, la gente era muy amistosas, aunque al principio todos me miraban medio raro y nunca me dejaban de saludar y decir “buenos días iñor!!”, al día siguiente con el despertar del gallo y los aromas de campos tuve un encuentro intimo con mis abuelos, recordamos mi niñez y los buenos momentos, mi abuelo muy triste me pidió que siguiera con su legado y su tradición y que me hiciera cargo de su oficio de artesano, mi tata hacia zapatos de cuero y los vendía en la capital y en el pueblo a los campesinos y dueños de fundos, lo estuve pensando unos días mientras estaba con ellos y decidí quedarme y rehacer mi vida.
Siempre recordaba cuando era niño, ayudaba a mi abuelo a hacer sus zapatos, lo acompañaba a todas partes y era el regalón entre todos sus nietos, así que no me costo aprender el oficio y empezar a colocar mi sello en mis trabajo. En las tarde salíamos a dar unas vueltas por el pueblo, no había muchos negocios y en general solo había gente anciana sentada afuera de sus casas, esperando a que sucediera algo, con el pasar de los días y de los meses ya estaba haciendo mis propios zapatos de cuero y una vez al mes debía ir a la cordillera en caballo para ir a comprar los cueros a un arriero y de pasada aprovechaba de entregarle algunas provisiones que me solicitaba del mes anterior.
Y así pasaron los años, recuerdo un día que Salí a tomar al bar del pueblo, en ese lugar se reunían todos los hombres del campo y algunas Temporeras que gustaban de ser invitadas, muchas veces iba con mi abuelo, y pasábamos incluso el fin de semana completo en ese lugar, esa era la rutina de ese pueblo, después de que mi abuelo murió seguí yendo, la pasábamos bastante bien, en una ocasión cuando ya volvía a mi casa, pase por una calle donde nunca antes había pasado y ya era de madrugada, lo recuerdo bien porque había un negocio y lo encontré raro, en la vitrina solo había una especie de cubículo, como una pecera, me puse a ver con detención y había un hombrecillo que vivía allí, pensé que era la curadera que me hacía ver estupideces, así que seguí caminando a mi casa, al otro día como de costumbre me levante a las 5 de la mañana y muy temprano me puse a trabajar, los zapatos se vendían arto por su durabilidad y por su elegancia que daban cuando estaban recién lustrado, al terminar mi jornada, me fui a tomar una cañita y despejar la mente del trabajo, pero ese día me fui por la calle donde el día anterior vi al hombrecillo en la pecera, como estaba lucido me detuve en el local y me puse a mirar detalladamente, buscaba por todos lados, hasta que se apareció un tipo de pez un poco grande para el cubículo en que estaba, así que no le tome importancia pegue una risotada, mire dentro del local y me fui, era un lugar húmedo y frió que vendía casi nada, con el típico olor a ajo quemado, le conté la anécdota a los viejos del bar y para sorpresa mía me dijeron que era verdad , en el pueblo todos sabían que allí vivía un hombrecillo en un tipo de pecera, donde vivía cómodamente y que tenía vista a la calle para que lo vieran todos, pero muchas veces no se daba a mostrar, era un hombrecillo que vivía desnudo y en una especie de salmuera, en el local nadie compraba nada, pero siempre permanecía abierto, muchos iban a comprar pero nadie los atendía y se retiraban, en el pueblo todos conocían al hombrecillo así que no causaba gran revuelo, muchos lo iban a ver, a veces desde lejos lo veían caminar y hacer sus cosas en la pecera y a veces solo encontraban a un pez y nada más, yo era muy curioso y seguía yendo a tratar de verlo, pero nunca más lo vi, iba al amanecer y en la anochecer y nunca lo encontraba, hasta llegue ir a comprar algo al local y nadie me atendía, la gente del pueblo no molestaba, sabían del hombrecillo pero nunca se atrevieron a ir mas allá y ver de cómo había llegado o si hablaba o algo más, la gente asustadiza pensaba en alguna brujería a alguien y que era mejor no meterse en nada.
Así pasaban los años y seguía el hombrecillo desnudo haciendo su propia vida en la pecera, como siempre había alguien que lo veía y otras veces solo al pez gordete que apenas se movía en la pequeña pecera.
Autor: Marco Briceño A.
“El limite solo esta en tu mente…”
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